Bundeswehr, el enfermo de Europa

Bundeswehr, el enfermo de Europa

Mientras la Bundeswehr está herida de muerte sus políticos piensan en portaaviones y en cazas de sexta generación. 

La expresión «enfermo de Europa» u «hombre enfermo de Europa» ha sido utilizada en más de una ocasión para referirse a aquella potencia que, por sus problemas militares, económicos o políticos -y normalmente por la conjunción de todos estos factores- flaqueaba frente a sus adversarios aun cuando su potencial seguía siendo, sobre el papel, magnífico. Se ha aplicado por ejemplo al Imperio Turco, cuando británicos, franceses y rusos se iban haciendo, zarpazo a zarpazo, con sus restos. También a Rusia o al Imperio Austro-Húngaro. Por supuesto, a España. Ahora, según parece, le ha llegado el turno a Alemania o, más exactamente, a sus Fuerzas Armadas, aquejadas de un cáncer que las está consumiendo desde las entrañas, mientras sus políticos están en el equivalente germano, si es que lo tienen, de Babia (preciosa comarca, por cierto).

Las Fuerzas Armadas alemanas Poco importa, llegados a este punto, que Merkel afirme que «los tiempos en los que podíamos depender totalmente de otros se están acabando» o que el presupuesto de defensa haya aumentado en los últimos años y se hable -sin mucha convicción- de alcanzar el 1,5% del PIB para 2021 y el 2% para 2024. Tampoco es excusa que las más de dos décadas de aprovechar los «dividendos de la paz» se hayan llevado por delante buena parte de las capacidades y siempre cueste un poco más recuperarlas que cuando se han mantenido, aunque sea bajo mínimos. Su problema es de dirección. Mientras no tengan las cosas claras, mientras no sepan hacia dónde quieren dirigirse y, por tanto, qué tipo de Fuerzas Armadas necesitan, la Bundeswehr no va a dejar de ser un gigante comatoso. Una Bundeswehr que es, por estos y más motivos el auténtico «enfermo de Europa». un desastre, es innegable. En los últimos años han ido viendo como paulatinamente la operatividad de sus unidades y de sus principales sistemas ha caído en picado, copando los titulares de diversos medios con noticias tan lamentables como que dos tercios de sus carros de combate estaban fuera de servicio, que ninguno de sus submarinos está en condiciones de navegar o que apenas 39 de sus 128 Eurofighter estaban en condiciones de volar. Mientras tanto, algunos de sus políticos y altos mandos fabulaban sobre la adquisición en un futuro próximo de Buques de Desembarco Anfibio e incluso portaaviones, asegurando que con ello las capacidades de proyección se multiplicarían y sin saber, en ningún caso, a donde diablos querrían proyectar nada.

Sus Fuerzas Armadas han pasado en relativamente pocos años de ser el sostén de Europa ante la amenaza soviética -gracias tanto a sus modernos equipos como a la formación y compromiso de unos profesionales (y conscriptos) sobre los que nadie tenía dudas-, a ser el auténtico hazmerreír del continente, incluso contando con un presupuesto de -atención- 47.320 millones de euros (esto es, más de cuatro veces el español) y que, sin embargo, no le llega para mantener unos mínimos de adiestramiento u operatividad -de hecho, esta es prácticamente nula-. Esto no es, en cualquier caso, lo peor.

Lo peor, sin lugar a dudas, es que sus políticos, en parte por la situación interna, con una acusada debilidad del gobierno encabezado por Merkel (pero que ni en sus mejores tiempos aportó nada a la Defensa del país). Esta situación se ha ido agravando con el paso de los años en buena parte porque nadie sabe para qué quieren unas Fuerzas Armadas, por triste que sea decirlo. Algo, por cierto, que podríamos hacernos mirar en España, pues tenemos problemas similares. Para que se entienda, el problema de fondo no es que la sociedad no valore a la institución, ni que carezcan de dinero para garantizar su funcionamiento (parecen tener más bien un grave problema de derroche o corrupción), o que su industria de defensa sea incapaz de proveer equipos punteros. El problema es, como sucede en muchas otras naciones europeas y en la UE como conjunto, una falta de visión estratégica supina.

En primer lugar, Alemania todavía no tiene claro a qué quiere jugar. Hablan, como otros socios de la UE, de lograr una «autonomía estratégica» que no han logrado definir y que, sin objetivos claros puede convertir la PESC (Política Exterior y de Seguridad Común) en algo todavía más caótico de lo que ya es. Mientras tanto, oscilan entre el rechazo a las acciones de la Administración Trump, la relación de amor-odio con el Kremlin, su ambición de liderar la UE aunque no sepan hacia donde y la necesidad de enfrentarse a amenazas (y oportunidades) como China y a peligros como la inmigración (a la que abrieron la puerta por una motivación más moral que racional) y el terrorismo. En medio de este caos, no es de extrañar que las Fuerzas Armadas, que siempre son la representación de la nación a la que sirven, estén igual de perdidas que el resto del país.

Mientras sigue buscando su sitio, pues desde 1945 Alemania no ha llegado a encontrar acomodo -no es ni será una superpotencia, pero tampoco una potencia media o un hegemón regional-, sus sucesivos gobiernos han fiado toda la política exterior del país (y buena parte de su defensa) al desarrollo económico, entendiendo que la industria y la capacidad exportadora de la que todavía es la 4ª economía del planeta, solo por detrás de los EE. UU., China y Japón, es su seña de identidad y su mejor baza para mantener la seguridad, una visión un tanto ingenua.

En este fiarlo todo a la economía, sus Fuerzas Armadas se han visto notablemente perjudicadas, pues nadie ha tenido en cuenta sus deseos, como ha ocurrido con el F-35, primando los intereses industriales, una vez más, sobre los puramente militares. Es una historia que se repite con sus astilleros, centrados en la construcción de buques que no importa si están desarmados, porque su razón de ser nunca fue la de participar en la defensa de nada, sino la de mantener la carga de trabajo de la industria naval. Del futuro Leopard 3, podría decirse otro tanto, pues no es más que el último estertor de una década, la de los 80, que ya quedó atrás y que, a pesar del aumento del riesgo de librar una guerra convencional en el futuro, no va a volver.

En la situación actual, con problemas de reclutamiento, sin las ideas claras respecto a cual es la función de las Fuerzas Armadas, cual la estrategia del país, cuales las necesidades para llevarla a efecto, sin previsión real de alcanzar el 2% de inversión respecto al PIB requerido por la OTAN (y menos aun el 20% en nuevos equipos recomendado) y con la obligación de sustituir muchos de los sistemas heredados de la Guerra Fría, Alemania está en la encrucijada y no es que haya sido superada por Francia, es que incluso Polonia amenaza con superar a su vecino en pocos años gracias a las nuevas adquisiciones y a unas ideas muy claras sobre las amenazas y la forma de combatirlas. Por desgracia para la otrora fuerza armada más poderosa del continente -sin contar a Rusia, claro-, los valores posmodernos que impregnan a su sociedad y a sus políticos, la preeminencia de los intereses industriales por encima de los militares y la ausencia de un enemigo claro, por más que se agite el desdibujado «fantasma ruso», no auguran nada bueno.

En un tiempo en el que los ejércitos más punteros están planteando ya la introducción de Sistemas Autónomos para buena parte de las misiones, desde la exploración o el desembarco anfibio al repostaje en vuelo o la logística, cuando la Inteligencia Artificial o las capacidades ISR son mucho más importantes que el número de fusileros, Alemania sigue anclada a un modelo de otro tiempo y atada de pies y manos por una industria que impone sistemas demasiado caros y, en muchas ocasiones, con una calidad muy por debajo de lo esperado.

Poco importa, llegados a este punto, que Merkel afirme que «los tiempos en los que podíamos depender totalmente de otros se están acabando» o que el presupuesto de defensa haya aumentado en los últimos años y se hable -sin mucha convicción- de alcanzar el 1,5% del PIB para 2021 y el 2% para 2024. Tampoco es excusa que las más de dos décadas de aprovechar los «dividendos de la paz» se hayan llevado por delante buena parte de las capacidades y siempre cueste un poco más recuperarlas que cuando se han mantenido, aunque sea bajo mínimos. Su problema es de dirección. Mientras no tengan las cosas claras, mientras no sepan hacia dónde quieren dirigirse y, por tanto, qué tipo de Fuerzas Armadas necesitan, la Bundeswehr no va a dejar de ser un gigante comatoso. Una Bundeswehr que es, por estos y más motivos el auténtico «enfermo de Europa».

Fuente: https://www.ejercitos.org/2019/09/18/bundeswehr-el-enfermo-de-europa/

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